Jehová no olvidará las obras de nuestros hermanos mayores

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Es necesario tener en cuenta cómo se sienten a veces nuestros hermanos mayores. No es extraño que de vez en cuando los invada la tristeza por no poder hacer lo mismo que hacían cuando eran jóvenes. Por ejemplo, una hermana que llevaba más de cincuenta años sirviendo a Dios empezó a tener graves problemas de salud y no le era nada fácil asistir a las reuniones. En cierta ocasión, mientras recordaba lo mucho que hacía cuando era precursora regular, se le saltaron las lágrimas. Agachando la cabeza, se lamentó entre sollozos: “Ahora ya no puedo hacer nada”.

Si usted es una persona de edad, ¿se ha sentido así alguna vez? ¿Piensa en ocasiones que Jehová lo ha abandonado? Es posible que el compositor del Salmo 71 se sintiera de esa manera en sus últimos años de vida, pues le pidió a Jehová: “No me deseches en el tiempo de la vejez; justamente cuando mi poder está fallando, no me dejes. Y aun hasta la vejez y canicie, oh Dios, no me dejes” (Sal. 71:9, 18). Claro está, Jehová no iba a abandonar al salmista, y tampoco lo abandonará a usted. En otro salmo, David expresó su total confianza en la ayuda divina (Salmo 68:19). Tenga la seguridad de que si se mantiene fiel, Jehová estará a su lado y lo apoyará día tras día.

Jehová siempre recordará lo que usted ha hecho y sigue haciendo para darle gloria. Él “no es injusto para olvidar la obra de sus siervos y el amor que mostraron para con su nombre” (Heb. 6:10). Así que luche contra los pensamientos negativos. No caiga en el error de pensar que ya no es útil para Jehová. Concéntrese en cosas positivas, como por ejemplo, las bendiciones que ya ha recibido y la magnífica esperanza que abriga. Los cristianos tenemos “un futuro y una esperanza” inigualables, que están garantizados por el propio Jehová (Jer. 29:11, 12; Hech. 17:31; 1 Tim. 6:19). Medite en la esperanza que Dios le ha dado, luche por mantener un espíritu joven y no olvide lo necesaria que es su presencia en la congregación.

Veamos el caso de un pastor de 80 años llamado Juan, que se pasa el día cuidando de su fiel esposa Sara, que está inválida. Varias hermanas se turnan para quedarse con Sara de modo que él pueda asistir a las reuniones y participar en la predicación. Sin embargo, hace poco Juan, muy abrumado por la situación, empezó a pensar que debía dejar de ser pastor. “¿Qué sentido tiene seguir siendo pastor? —dijo con lágrimas en los ojos—. Ya no hago nada útil en la congregación.” Los demás pastores lo animaron a pensarlo mejor, asegurándole que aunque pudiera hacer poco, necesitaban contar con alguien de su experiencia. Fortalecido por aquellas palabras, Juan decidió seguir siendo pastor, para alegría de la congregación.

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