NO NOS ALEGREMOS DE LAS DESGRACIAS AJENAS

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Cuando meditamos en la condena divina que recibió Edom, nación vecina de Israel, aprendemos otra lección: “No debiste mirar el espectáculo en el día de tu hermano, en el día de su desventura; y no debiste regocijarte por el sufrimiento de los hijos de Judá en el día en que perecían” (Abdías 12). Si los tirios eran “hermanos” de Israel por sus relaciones comerciales, los edomitas lo eran en sentido mucho más literal, pues descendían de Esaú, el gemelo de Jacob. De hecho, el propio Jehová los había llamado “hermanos” de Israel (Deuteronomio 2:1-4). Por eso, era una vergüenza que se alegraran de la calamidad que sufrieron los judíos a manos de los babilonios (Ezequiel 25:12-14).

Es obvio que Dios no aprobó la conducta de los edomitas con sus hermanos judíos. Ahora preguntémonos: “¿Cómo considera Jehová el trato que doy a mis hermanos en la fe?”. Un aspecto en el que debemos interesarnos es la manera de ver y tratar a un hermano con quien hemos tenido un roce. Imaginemos, por ejemplo, que un cristiano nos ofende o tiene un problema con un familiar nuestro. En el caso de que haya “causa de queja”, ¿nos quedaremos dolidos y nos negaremos a olvidarlo o a tomar la iniciativa para arreglar las cosas? (Colosenses 3:13; Josué 22:9-30; Mateo 5:23, 24.) Esa actitud podría reflejarse en nuestro comportamiento; quizás le demostremos frialdad, evitemos su compañía o incluso lo critiquemos. Siguiendo con el ejemplo, ese mismo hermano pudiera terminar cometiendo un error y tal vez necesite el consejo o la corrección de los pastores de la congregación (Gálatas 6:1). Al verlo en dificultades, ¿nos alegraremos como los edomitas? ¿Qué actitud quiere Dios que adoptemos?

Por boca de Zacarías, Jehová expresa el deseo de que sus siervos “no tramen nada malo unos contra otros en sus corazones” (Zacarías 7:9, 10; 8:17). Esta advertencia es pertinente sobre todo cuando creen que un hermano les ha hecho daño, sea a ellos mismos o a un familiar suyo. En tal caso es fácil que “tramen algo malo en sus corazones” y luego lo realicen. Sin embargo, Dios da a sus siervos un buen ejemplo y desea que lo imitemos. Recordemos que Miqueas escribió que Jehová “perdona el error y pasa por alto la transgresión” (Miqueas 7:18). ¿De qué formas podemos copiar esta actitud en la vida diaria?

Tal vez estemos molestos por alguna ofensa cometida contra nosotros o contra un familiar. Pero ¿será tan grave como creemos? La Biblia indica qué pasos deben darse si alguien tiene una diferencia con un hermano, incluso si hay implicado algún pecado. No obstante, en muchos casos, uno seguirá el mejor camino si “pasa por alto la transgresión”, o, en otras palabras, si disculpa el error o la ofensa. Preguntémonos: “¿Será esta una de las setenta y siete veces que debo perdonarlo? ¿Por qué no lo olvido sin más?” (Mateo 18:15-17, 21, 22). Aunque la ofensa parezca importante ahora, ¿lo será tanto dentro de mil años? Eclesiastés 5:20 nos enseña una valiosa lección. Dice que cuando un trabajador disfruta de lo que come y bebe, “no se acuerda frecuentemente de los días de su vida, porque el Dios verdadero lo tiene absorto en el regocijo de su corazón”. En efecto, ese hombre es feliz concentrándose en las alegrías del momento, lo cual le hace olvidar los problemas cotidianos. ¿Podríamos imitar su actitud? Si meditamos en los gozos que nos brinda nuestra hermandad cristiana, tal vez logremos olvidar asuntos que a la larga no tienen importancia y que no recordaremos en el nuevo mundo. Esa actitud es la opuesta a alegrarse del mal ajeno o a mantener vivas las ofensas en la memoria.

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