“Huyan de la fornicación”

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“Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo en cuanto a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y codicia, que es idolatría.” (COLOSENSES 3:5.)
EL PESCADOR acude a su lugar preferido en busca de cierta clase de pez. Selecciona detenidamente la carnada, o cebo, y lanza el hilo al agua. Al rato, viendo que la línea se tensa y la caña se dobla, enrolla el carrete y saca su captura. Todo sonriente, se felicita por haber elegido el señuelo adecuado.

Pues bien, en el año 1473 antes de nuestra era, hubo un hombre que también eligió con cuidado un cebo, pero no para peces. Se llamaba Balaam, y su objetivo era que mordiera el anzuelo el pueblo de Dios, que tenía su campamento en las llanuras de Moab, justo en la frontera con la Tierra Prometida. Aunque pretendía ser profeta de Jehová, no era más que un codicioso farsante al que habían contratado para maldecir a los israelitas. Se sentía frustrado, pues Jehová no solo se lo había impedido, sino que le había obligado a bendecirlos. Pero Balaam, pensando en la paga, no se dio por vencido. Razonó que, si conseguía que cometieran un pecado grave, Dios mismo terminaría maldiciéndolos. ¿Qué señuelo utilizaría? Las atractivas jóvenes de Moab (Números 22:1-7; 31:15, 16; Apocalipsis 2:14).

¿Qué tal funcionó la trampa? Bastante bien, pues miles cedieron a la tentación y “tuvieron relaciones inmorales con las hijas de Moab”. Hasta llegaron a dar culto a los dioses moabitas, entre ellos el Baal de Peor, repugnante dios de la fertilidad o, en resumidas cuentas, del sexo. Como castigo, 24.000 hombres perdieron la vida a las puertas de la Tierra Prometida. ¡Qué tragedia! (Números 25:1-9.)

¿Qué había contribuido a ese terrible desenlace? La condición de corazón de muchos israelitas. Desarrollaron malas actitudes por haberse ido alejando de Jehová, sin recordar todo lo que él había hecho por ellos: liberarlos de Egipto, alimentarlos en el desierto y conducirlos sanos y salvos hasta la Tierra Prometida (Hebreos 3:12). El apóstol Pablo tuvo presente esa catástrofe cuando escribió: “Ni practiquemos fornicación, como algunos de ellos cometieron fornicación, de modo que cayeron, veintitrés mil de ellos en un solo día” (1 Corintios 10:8).

Los siervos de Dios de la actualidad nos encontramos en una situación muy semejante a la que se describe en Números. Para empezar, nos hallamos a las puertas de una Tierra Prometida, solo que muchísimo mayor (1 Corintios 10:11). Nos enfrentamos a un mundo cuya obsesión por el sexo es como la de los moabitas, pero a mayor escala. Además, el lazo principal en que cayeron los israelitas, la inmoralidad, es el mismo que atrapa todos los años a miles de cristianos (2 Corintios 2:11). Y a imitación de Zimrí, quien tuvo la desfachatez de pasearse con una madianita por el campamento de Israel e introducirla en su propia tienda, algunos han sido una influencia corruptora en la congregación cristiana (Números 25:6, 14; Judas 4).

Preguntémonos: “¿Me veo yo en las ‘llanuras de Moab’ actuales? ¿Diviso en el horizonte el premio tan esperado, el nuevo mundo?”. Si así es, hagamos todo lo posible por mantenernos en el amor de Dios obedeciendo el mandato: “Huyan de la fornicación” (1 Corintios 6:18).

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